En total, se han identificado más de 110 pirámides en Egipto, además de unas 60–70 tumbas reales excavadas en roca, como en el Valle de los Reyes, Tanis y otros sitios. ¿Sabes cuántos faraones han sido encontrados en su tumba original, intactos y con su momia identificable? Apenas tres: el célebre Tutankamón, cuya tumba (KV62) fue hallada casi intacta en 1922, y dos faraones en Tanis (Psusenes I y posiblemente Shoshenq II), aunque sus cuerpos estaban muy deteriorados.
La realidad es que la única tumba del Antiguo Egipto encontrada intacta es la de Psusenes I. Incluso en la tumba de Tutankamón hubo un intento de saqueo que fue evitado, y su momia estaba dañada por reacciones químicas de los ungüentos. La tumba de Psusenes, aunque intacta, estaba anegada por agua, lo que deterioró buena parte del ajuar metálico.
Si tomáramos como único criterio la presencia de restos humanos en su lugar original, tendríamos que descartar el 99% de todas las tumbas reales conocidas. Pero lo que esto nos dice, en realidad, es otra cosa: que el saqueo de tumbas fue una práctica común y sistemática. En muchos casos, las tumbas fueron saqueadas poco tiempo después de ser selladas —a veces incluso antes—, y en ocasiones con la complicidad de funcionarios o personal de los templos, como sugiere la ausencia de daños violentos en accesos y el conocimiento preciso de ubicaciones de tesoros.
Y no solo hablamos de objetos portátiles. Han pasado más de 4,500 años desde la construcción de las pirámides de Guiza, y hasta los bloques de revestimiento externo de caliza blanca fueron arrancados, igual que piedras de templos cercanos. En Guiza (y prácticamente en todas las pirámides) existían templos funerarios dedicados al culto del faraón divinizado. Con el paso de los siglos, muchos de esos recintos envejecieron y quedaron como canteras a la vista: edificios demolidos hasta los cimientos, estatuas rebautizadas para el faraón en turno… El “reciclaje” no es algo moderno.
Por eso no debería sorprender que no se encuentren momias completas en Guiza ni en la mayoría de las otras 110 pirámides y tumbas reales. Aun así, en varias pirámides se han localizado restos humanos rotos o dispersos —despojos sin valor comercial para los saqueadores—. Como era común colocar joyas entre las vendas, llevarse el cuerpo completo para despedazarlo resultaba “eficiente”, dejando fragmentos atrás.
¿Entonces cómo conocemos tantas momias reales?
Ah, llegamos al tema de las momias errantes. En Dioses, tumbas y sabios se recuerda esta historia casi novelesca: la de un hombre de una familia dedicada, desde hacía generaciones, a la nada honorable actividad de robar tumbas. Un día, explorando en los acantilados de Deir el-Bahari, dieron con una cueva repleta de sarcófagos… nada menos que una reserva clandestina de momias reales.
Durante años, la usaron como si fuera un “banco privado”: entraban, extraían joyas y objetos valiosos, y regresaban después. No fue sino hasta que las autoridades notaron en el mercado la aparición de piezas demasiado importantes —con nombres de faraones célebres grabados en ellas— que comenzaron a investigar. Al inspeccionar la cueva, descubrieron con asombro el llamado escondite DB320: un lugar donde yacían apilados, casi como en un almacén, los cuerpos de algunos de los hombres más poderosos de su tiempo.
Este hallazgo no fue casual. Durante el Tercer Periodo Intermedio, incapaces de detener los saqueos, un grupo de sacerdotes había rescatado los cuerpos de faraones que aún estaban preservados y los trasladó en secreto a escondites, primero en otras tumbas y luego en cuevas. Algunas momias fueron movidas más de una vez en este proceso. Los cuerpos fueron despojados de casi todas sus riquezas, pero gracias a esa acción desesperada —y pese a la pérdida de la mayor parte de sus tesoros— sobrevivieron a los ladrones de tumbas.
La más célebre de estas reubicaciones es, precisamente, la Caché de Deir el-Bahari (DB320), donde se encontraron más de 40 momias reales, incluidos faraones como Seti I, Ramsés II, Ahmose I y Thutmosis III.
Faraones hallados en las grandes cachés de momias
Durante el Tercer Periodo Intermedio, los sacerdotes reubicaron cuerpos reales en escondites para protegerlos de los saqueos. Los dos más famosos fueron la Caché de Deir el-Bahari (DB320) y la KV35 en el Valle de los Reyes.
DB320 (Deir el-Bahari)
- Ahmose I
- Thutmosis I
- Thutmosis II
- Thutmosis III
- Seti I
- Ramsés II
- Ramsés III
- Ramsés IX
KV35 (Valle de los Reyes)
- Amenhotep II
- Thutmosis IV
- Amenhotep III
- Merneptah
- Siptah
- Seti II
- Ramsés IV
- Ramsés V
- Ramsés VI
Fuente: hallazgos arqueológicos en Deir el-Bahari (DB320, 1881) y KV35 (1898).
Evidencias materiales en las pirámides
A pesar de la ausencia de momias completas, tenemos pruebas directas que confirman que las pirámides fueron, en su gran mayoría, tumbas reales.
Tal vez algunas de las últimas, en periodos de decadencia, funcionaran más como monumentos simbólicos o incluso cenotafios, pero la evidencia dominante es funeraria.
Por un lado están los restos físicos:
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Pirámide de Djoser (Saqqara): cámara funeraria revestida, sarcófago de piedra y fragmentos humanos.
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Pirámide de Unas (Saqqara): contiene los Textos de las Pirámides —primer corpus de literatura funeraria egipcia— y un sarcófago de basalto.
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Pirámide de Merenre I (Saqqara sur): sarcófago con fragmentos de momia posiblemente reales.
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Pirámide Negra de Amenemhat III (Dahshur): restos de sus reinas Aat y Neferuptah; huesos, vendas y ajuares muy saqueados.
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Pirámide de Senusret II (Lahun): cámaras subsidiarias con ajuares funerarios completos.
A ello se suman hallazgos asociados a los rituales mortuorios: soportes para vasos canopos, fragmentos de ofrendas, restos de mobiliario y depósitos de objetos votivos. Todo ello confirma la función funeraria.
Sobre el “reciclaje” de materiales
Y retomando el tema del saqueo: no fueron solo los ladrones de tumbas quienes arrasaron con estos complejos.
En muchos casos, las propias autoridades o constructores posteriores los aprovecharon como canteras de lujo.
La reutilización de bloques y esculturas fue práctica recurrente en distintas épocas:
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Bloques decorados de templos más antiguos fueron integrados en nuevas obras.
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Estelas y relieves se recolocaron en otros edificios.
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El fino revestimiento de caliza blanca de Guiza fue arrancado para construcciones posteriores, incluida la arquitectura medieval de El Cairo.
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Incluso estatuas monumentales se “actualizaban” raspando el nombre del faraón original para grabar encima el del gobernante en turno.
Así, el expolio no siempre fue clandestino ni criminal: a veces fue simplemente utilitario. Para los egipcios posteriores —y mucho más para constructores medievales—, una pirámide en ruinas era una cantera más, con la ventaja de que el material ya estaba transportado y cortado.
Conclusión
Quienes niegan la función funeraria de las pirámides no han presentado evidencia arqueológica verificable. Prefieren los “misterios prohibidos” y los “secretos ocultos” porque venden mejor que hablar de jeroglíficos, fragmentos óseos y capas de caliza. El atractivo de lo conspirativo es evidente: es más emocionante imaginar máquinas de energía o civilizaciones perdidas que aceptar lo más humano y documentado: las pirámides fueron tumbas saqueadas durante milenios.
La arqueología, sin embargo, se guía por evidencias: cámaras mortuorias, sarcófagos, inscripciones y ajuares; complejos asociados con templos de culto, calzadas procesionales y mastabas; y, en varios casos, momias fragmentadas localizadas en sus interiores. No solo en Guiza, sino en Meidum, Dahshur, Saqqara, Abidos y otras necrópolis.
Los defensores de teorías alternativas tampoco ofrecen una respuesta funcional convincente: si no son tumbas, ¿qué son y por qué todos los elementos arquitectónicos y textuales asociados encajan en un complejo mortuorio?
Conclusión clara: las pirámides fueron tumbas reales. Que hoy no estén los cuerpos donde originalmente reposaron no cambia su función, del mismo modo que una catedral saqueada no deja de ser una iglesia.
Lecturas recomendadas y fuentes
- Mark Lehner, The Complete Pyramids (1997). Panorama técnico y arqueológico de todas las pirámides conocidas.
- Miroslav Verner, The Pyramids: The Mystery, Culture, and Science of Egypt’s Great Monuments (2001). Obra de referencia, detallada y crítica.
- Aidan Dodson & Salima Ikram, The Tomb in Ancient Egypt (2008). Estudio de tumbas reales y privadas, saqueos y reentierros.
- Nicolas Grimal, Historia del Antiguo Egipto (1988). Contexto histórico de la función funeraria en cada periodo.
- Zahi Hawass, The Secret of the Pyramids (2007). Hallazgos y síntesis de trabajos recientes en Guiza y Saqqara.
- C. W. Ceram, Dioses, tumbas y sabios (1949). Una narración clásica y accesible sobre grandes descubrimientos arqueológicos.