Es una palabra antigua y mal utilizada. Desgraciadamente, algunos médicos la usan hoy para referirse a la medicina moderna sin darse cuenta de que están demeritando su propia profesión. Alopatía es un término que el creador de la homeopatía, Samuel Hahnemann, inventó a fines del siglo XVIII para referirse despectivamente a la medicina tradicional de su época.
Lo que Hahnemann llamaba alopatía era una medicina primitiva basada en supersticiones, tradiciones obsoletas y especulación teórica, con tratamientos muchas veces agresivos y peligrosos. Afortunadamente, esta forma de medicina fue superada en el siglo XIX con la llegada del pensamiento científico, y esas prácticas fueron eliminadas por ser ineficaces o dañinas.
Actualmente, a la medicina que se practicaba entre el siglo XVIII y principios del XIX se le llama medicina heroica. Se creía que toda enfermedad debía enfrentarse con medidas drásticas: purgantes, laxantes, vomitivos, enemas, sangrías y el uso de sustancias altamente tóxicas como el arsénico, el mercurio, el opio y el láudano.
Uno de los defensores más conocidos fue Benjamin Rush, médico estadounidense que recomendaba sangrías extremas incluso durante la epidemia de fiebre amarilla de 1793. Este tipo de medicina era vista como “activa”, lo cual la hacía atractiva en su tiempo, ya que parecía que se hacía algo, aunque los resultados fueran frecuentemente contraproducentes.
La medicina heroica se basaba en las ideas de Galeno (129–216), quien formuló la teoría de los cuatro humores. Aún hoy conservamos rastros de esa visión: “estar de buen humor”, “colérico”, “flemático” o “melancólico”.
Se han encontrado recetas que pedían extraer hasta 5 litros de sangre —cuando el cuerpo humano promedio tiene menos de 4.5. Se usaba mercurio para tratar la sífilis y láudano (una mezcla de opio, vino blanco, azafrán, clavo y canela) para calmar el dolor, la tos e incluso para que los niños durmieran.
Fue a esta medicina a la que Hahnemann llamó alopatía —término que ningún médico de su época aceptó y que ningún médico moderno debería utilizar. En contraste, desarrolló su propio sistema: la homeopatía.
La homeopatía
Hahnemann propuso que una enfermedad podría curarse con una sustancia que produzca síntomas similares en una persona sana. Esta idea, “lo similar cura lo similar”, no ha sido validada científicamente. Rechazó el uso de grupos de control y nunca realizó experimentos rigurosos.
Actualmente, diversas instituciones médicas han denunciado su falta de eficacia:
- NHS del Reino Unido: eliminó su financiación por falta de evidencia.
- Real Academia Nacional de Farmacia de España: advierte que la homeopatía no tiene valor terapéutico.
- NHMRC de Australia (2015): no encontró pruebas confiables de eficacia.
Hahnemann usaba las mismas sustancias que los “alópatas”: arsénico, mercurio, plantas tóxicas. Para evitar daños, las diluía de forma extrema.
¿Qué tan diluidos?
Una dilución 30C significa una parte de sustancia en 1060 partes de agua: más allá del número de Avogadro, es decir, sin una sola molécula activa. Una dilución 200C sería comparable a una gota disuelta en una esfera de agua del tamaño del sistema solar.
Al comparar con la medicina heroica, dar nada (y permitir que el cuerpo sane por sí solo) era mucho menos peligroso. Pero eso no prueba que la homeopatía funcione: solo muestra que no hace daño. La mejoría proviene del cuerpo, no del remedio.
El nacimiento de la medicina científica
En la misma época, la ciencia comenzó a transformar la medicina:
- Ignaz Semmelweis promovió la higiene en hospitales.
- Joseph Lister introdujo antisépticos quirúrgicos.
- Koch y Pasteur demostraron el origen microbiano de muchas enfermedades.
Con el tiempo, surgió la medicina basada en evidencia (EBM). A través de ensayos clínicos con grupos de control y análisis estadísticos, se comenzaron a validar tratamientos. El resultado: a principios del siglo XX solo cinco medicamentos se mantenían como efectivos.
La penicilina, descubierta en los años 40, duplicó la esperanza de vida en muchos países. La vacunación erradicó enfermedades como la viruela. Todo esto fue posible gracias al abandono de creencias y el uso del método científico.
¿Y el término “alopatía”?
Aunque algunos aún lo usan, lo hacen sin saber que designa un sistema médico arcaico, previo incluso al conocimiento de los gérmenes. Llamar así a la medicina científica es un error conceptual.
Tiempo después, Paul Ehrlich descubriría el Salvarsán, iniciando la era de los medicamentos modernos... pero esa, es otra historia.
Conclusión
Llamar “alopatía” a la medicina científica es como llamar “brujería” a la ingeniería eléctrica.
No solo es inexacto, sino que refleja una falta de comprensión sobre qué es el conocimiento médico moderno: verificable, corregible y guiado por la evidencia. Esa es la medicina que ha transformado nuestra calidad de vida.
La próxima vez que escuches el término “alopatía”, quizás convenga responder con una sonrisa:
No, gracias. Prefiero la medicina basada en evidencia.