Cuando Watson y Crick descifraron la estructura del ADN, posiblemente lo último que esperaban era una historia llena de dramas. El código genético parecía algo abstracto, limpio, casi como un programa de computadora. La primera gran sorpresa fue descubrir que está lleno de errores. Durante los años 80 se acuñó el término “ADN basura” para referirse a regiones que parecían no tener función, y que podrían representar hasta el 90% de nuestro genoma. La investigación paciente de incontables científicos ayudó a esclarecer el origen de parte de ese ADN. Descubrieron que muchas de esas secuencias eran virus que infectaron a nuestros ancestros hace millones de años y cuyos restos siguen con nosotros, confirmando de forma sorprendente la evolución.
Pero también existe otro tipo de ADN inactivo: los genes muertos. Genes que dejaron de funcionar, ya sea por mutaciones, ataques virales o fenómenos aún más extraños. Uno de estos dramas genéticos acaba de ser desentrañado: la historia del gen IRGM, que murió —es decir, se desactivó—, prácticamente desapareció… y luego resucitó.
¿Qué es el gen IRGM?
En la biblioteca genética (ghr.nlm.nih.gov/gene=irgm) leemos que su nombre significa “immunity-related GTPase family, M”, lo que, admitámoslo, no aclara demasiado. Pero en resumen, el gen IRGM provee instrucciones para fabricar una proteína clave del sistema inmunológico, encargada de rodear y destruir invasores extraños como las micobacterias, responsables de enfermedades como la tuberculosis.
Este gen está presente en casi todos los mamíferos, lo que sugiere un origen muy antiguo. De hecho, suele haber tres copias ligeramente distintas (parálogos) agrupadas en un “clúster” genético. Pero hace 50 millones de años, ocurrió una tragedia en el linaje de los simios: esta trinidad genética fue casi eliminada, probablemente por un virus, dejando solo una copia funcional. Y luego, para colmo, un gen parásito llamado Alu se insertó justo en medio del IRGM, dejándolo inútil. El gen estaba muerto. Y nuestros antepasados quedaron sin una pieza esencial de su sistema inmune. Durante 25 millones de años, el IRGM permaneció inactivo… hasta que ocurrió algo extraordinario.
Un retrovirus infectó a uno de nuestros ancestros y, por una increíble coincidencia, se insertó justo donde el Alu había causado el daño, reemplazando el fragmento defectuoso por una secuencia funcional. Resultado: el gen volvió a activarse. Esta restauración genética permitió la expansión del linaje de los simios (y eventualmente, los humanos). Esta historia fue reconstruida al comparar genomas de distintas especies y ubicarlos dentro del árbol evolutivo.
El desciframiento
Esta historia fue desentrañada por Cemalettin Bekpen, de la Universidad de Seattle.
Bekpen analizó el genoma de una amplia gama de mamíferos. Encontró que especies como perros, ratones y ballenas tienen tres copias activas del IRGM. Incluso dos especies de lémures las conservan. Sin embargo, todos los monos (incluidos nosotros) solo tienen una, muchas veces inactiva, un “pseudogén” sin capacidad de producir proteínas funcionales.
El culpable fue el Alu: una secuencia parasitaria que representa más del 11% de nuestro genoma. Aunque inútiles por sí mismas, las Alu aceleran las mutaciones. A veces, ese caos da lugar a ventajas. Por ejemplo, una secuencia Alu duplicó en el pasado un gen relacionado con la visión del color, dándonos la capacidad de ver tres colores primarios. Algunas mujeres incluso tienen cuatro copias, con una visión del color superior.
Bekpen descubrió que en 15 especies de monos —de marmosetas a babuinos— el IRGM está muerto. Todos comparten la misma mutación, lo que sitúa el evento en hace unos 40 millones de años. Pero al investigar en humanos y grandes simios, encontró que el gen estaba de nuevo activo. El responsable de esta “resurrección” fue un retrovirus endógeno, que reinsertó una secuencia funcional y activó el gen dañado.
Hoy, ese gen restaurado produce proteínas esenciales que se encuentran en tejidos como el corazón, cerebro, riñones y testículos. En algunas personas, mutaciones en el IRGM se han asociado con la enfermedad de Crohn, donde el sistema inmune ataca el intestino.
Referencia: PLoS ONE: 10.1371/journal.pgen.1000403
Lecturas recomendadas
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Actualización 2025
Desde la publicación de estos descubrimientos, el gen IRGM ha sido objeto de múltiples estudios. En particular, se ha confirmado su papel no solo en la respuesta inmunitaria frente a micobacterias, sino también en la regulación de la autofagia celular, un mecanismo esencial para eliminar desechos celulares y combatir infecciones virales. Además, análisis recientes han mostrado que variantes modernas del IRGM pueden modular la gravedad de enfermedades inflamatorias como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. Por último, nuevos modelos de edición genética han permitido recrear su "resurrección" en laboratorio, lo que confirma su historia evolutiva y su importancia médica actual.